domingo, 2 de noviembre de 2008

La Salada

Hace tiempo que quería ir a conocer La Salada, la feria ilegal más grande de Latinoamérica. La amiga de una amiga la invitó y ella me invitó a mí. Después de casi dos horas de viaje, llegamos. Es tan inmensa que abruma. Nada más la entrada tiene puestos a la calle (unos 5.000) que cubren más de quince cuadras, en un conglomerado de pequeños sitios variopintos sin solución de continuidad. Fuimos a una de las ferias (hay tres galpones, con unos 15.000 puestos) y es una especie de laberinto, lleno de toda clase de productos, más que nada ropa y calzado.

Había leído sobre la Feria y sabía de qué se trataba, pero uno no está preparado para semejante enormidad y variedad. Supongo que, entre los empleados y los visitantes, debíamos ser unas 20.000 personas rotándonos continuamente. Gente del conurbano bonaerense, de Capital, del interior y hasta del exterior vienen a comprar aquí, porque los precios son increíbles.

De día, en general venden a minoristas (como nosotros), pero a la noche se abre a mayoristas que llegan en tours desde todos lados. Se dice que son unos 500 ómnibus por jornada y en las Fiestas pueden llegar a 4.000. Había una cantidad de gente impresionante hoy. No quiero pensar el hormiguero que será en esos días.

Lo que más se vende son las cosas “truchadas”, falsificaciones de marcas de primera línea. Mis compañeros compraron zapatillas deportivas a $ 20.-, que afuera cuestan más de $ 100.-. Pero también hay ropa confeccionada por pequeños talleres y una variedad interminable de productos.

Si bien es un enorme dolor de cabeza para empresas y gobernantes (por las adulteraciones y la evasión impositiva), me fui maravillada de la potencia de la gente común cuando se pone a hacer algo. Si bien la Feria comenzó en 1991, fue después de la crisis del 2001 cuando explotó. Los que se quedaron fuera del circuito productivo vinieron aquí y sobrevivieron. Ahora ya es un negocio millonario.

A pesar de la cantidad de gente, todo se deslizó tranquilo, respetuoso, amable. Volví cansadísima, sin comprar nada, pero llena de energía y de admiración.

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