domingo, 22 de febrero de 2009

Realidad y ficción

Adoro leer. Y, más que nada, adoro lo que me sucede al leer. Adoro cuando alguien me transporta y mi vida se diluye para vivir la que me propone el escritor. Adoro esos mágicos momentos.

Últimamente, me ha pasado fuertemente, tanto que me ha costado volver, es como si me fuera a otra dimensión y después tuviera que adaptarme a ésta, con las molestias físicas incluidas. A veces, cuando leo literatura espiritual, el tiempo mismo se transforma. Lo que me ha parecido media hora eran dos o tres.

Hoy me pasó leyendo a mi cada vez más admirado Juan José Saer. Iba en el tren y había pasado un par de cuentos muy ingeniosos, con esa forma tan zen de Saer de describir minuciosa y deliciosamente cada sensación, cada situación, cada lugar (así se llama el libro: Lugar).

El cuento mismo (En línea) se trata de la percepción de estar y no estar o más bien de ser y no ser. Un soldado joven le dice a uno viejo que Helena de Troya no fue raptada, que unos magos egipcios crearon una Helena falsa y que la forma de saber si era o no verdadera sucedía cuando el primer rayo de sol la tocara:

“El Soldado Viejo se inmoviliza de asombro, admirado ante el arte sin par de los magos egipcios. Pero una sorpresa todavía más grande lo espera –grande por el caudal de evidencia y de maravilla. Cuando el sol sube un poco más en el horizonte, al toque del rayo mágico, la ciudad de Troya y el campamento griego, con sus tiendas y mástiles, se vuelven manchas luminosas, se tornasolan, vertiginosos, se vuelven transparentes y después se desvanecen. Apenas si pasan unos segundos antes de que al Soldado Joven le suceda lo mismo, víctima del mismo mal luminoso y en apariencia indoloro… El Soldado Viejo estira instintivamente el brazo para rescatar al otro de la nada en la que se ha desvanecido pero para no ver su propia mano, que está volviéndose un racimo intenso de luz, cierra los ojos y se queda esperando sin saber bien qué.

No parece pasarle nada, a no ser la impresión de haberse vuelto de pronto liviano, casi aéreo, liberado por fin de la costra de fatiga y servidumbre que se ha ido acumulando sobre él con los años. Pero también lo embargan sentimientos contradictorios: alivio y en seguida remordimiento, pena y al mismo tiempo exaltación. Y le parece que esa confidencia tardía que le están haciendo los dioses sobre el valor real de este mundo, empieza a reconciliarlo con ellos.

Un ronroneo de satisfacción, acompañado de una alegría infantil, le hace comprender que, al acecho del alba, a causa de la jornada extenuante que han tenido el día anterior y de la noche de guardia, se ha quedado dormido, parado al lado del Soldado Joven, esperando los prodigios improbables de los magos egipcios. Después de todo, valía la pena haberse amanecido, si el resultado de tantas fatigas ha sido un sueño feliz. Conciente de su sueño, que debe haber durado apenas unos segundos, sabe también que ya es tiempo para él de volver a la realidad. Y hace varios intentos, cada vez más enérgicos, de despertarse, pero a pesar de todos sus esfuerzos no lo consigue”.

Así me he sentido yo muchas veces, queriendo salir del sortilegio de los escritores: ¿qué es real?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buena pregunta.