miércoles, 22 de julio de 2009

Cháchara y silencio

¡Cuánto palabrerío que tengo en la mente! Conversaciones (¿con quién?), reflexiones, impresiones, respuestas a estímulos, comentarios (que no digo) a otras personas, desvaríos fugaces, etc., etc.

Desde un cierto punto, es un gran avance porque no tengo el nivel de crítica, negativismo, enojos, victimizaciones y otras malas yerbas que tenía hace años. Y, si surgen en algún momento, las desecho rápidamente.

He captado dos momentos en los que la cháchara se detiene: cuando estoy con otra persona (especialmente si son pacientes) y cuando estoy en la Naturaleza, que parece que entro en alfa (en theta!) en forma instantánea. A veces, también en presencia de expresiones artísticas.

Estoy tomando conciencia de cuán perjudicial es este monólogo mental que tengo instalado, ya que funciona como una pantalla que me impide relacionarme directa y verdaderamente con la vida.

Cuando escuchaba los diálogos de Tolle con Winfrey, me acordé de dos momentos. Uno, cuando habré tenido unos 30 años, que había ido un domingo a casa de mis padres. Comí (y tomé) mucho, en un ambiente muy cálido. Salí al jardín para refrescarme y, sin un solo pensamiento en la cabeza, instintivamente, me maravilló una flor y quise tocarla… y la atravesé. Literalmente, mi mano traspasó la flor como si ambas fueran pura energía. Lo son, pero no es una experiencia que tengamos, por la densidad en la que nos movemos.

La otra sucedió cerca de los 40. No recuerdo el contexto, pero estaba bastante movilizada. Una mañana, me despierto y mi mente estaba en silencio. Silencio absoluto. Existía un observador, pero no había más que eso. Al principio, me encantó. Después, me empecé a asustar. No sé de qué, pero me dio miedo y, casi enseguida, vinieron las palabras y todo recomenzó.

Muchas veces, he tenido “botones de muestra”, como los llamo: pequeños instantes en que percibo algo nuevo, que, con el tiempo, se hace realidad. Espero que el silencio se haga presencia continua e inefable.

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