viernes, 9 de septiembre de 2011

Tormentosa

Estoy fascinada leyendo una selección de cuentos de John Cheever.  En El Nadador, escribe: "Oyó a su espalda el sonido cristalino del agua que caía de la copa de un roble, como si allí hubiesen abierto un grifo.  Después, el ruido de fuentes se repitió en las coronas de todos los árboles altos.  ¿Por qué le agradaban las tormentas, qué sentido tenía su excitación cuando la puerta se abría bruscamente y el viento de lluvia se abalanzaba impetuoso escaleras arriba, por qué la sencilla tarea de cerrar las ventanas de una vieja casa parecía apropiada y urgente, por qué las primeras notas cristalinas de un viento de tormenta tenían para él el sonido inequivoco de las buenas nuevas, una sugerencia de alegría y buen ánimo?".


Amo las tormentas.  Me producen esa excitación que menciona Cheever y adoro el olor a tierra mojada que trae el aire al principio, los relámpagos acercándose hasta que se escuchan los truenos de la tormenta cercana, la lluvia limpiando todo ayudada por el viento y, finalmente, esa sensación de nuevo y fresco que queda.  Y otra cosa: mirarla embelesada desde la ventana de mi casa...

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