lunes, 2 de julio de 2012

¿Te dejas arrastrar por tus emociones?

Frecuentemente, me encuentro diciendo a mis pacientes: “No hagas drama, baja la emocionalidad”.  Esta es una de las premisas que más impacto tiene frente a los cambios.  Lo viví en lo personal, después de darme cuenta de cómo las profusiones emocionales hacían estragos en mis interacciones y en mis deseos de evolucionar.  Ejemplos son: la sensiblería (esa falsa sensibilidad, desmedida en  lágrimas y quejas inútiles), la personalización (¿por qué yo?, todo me pasa a  mí, los demás no me consideran… yo, mi, mío), la adicción al sufrimiento (el dolor experimentado como una condena, recreado y forzado hasta lo insoportable).   Todos estos excesos no nos permiten apreciar el panorama real y nos aprisionan en un guión conocido por el Ego, que no se corresponde con el verdadero guión que diseña el Alma. 


En el proceso de cambiar, los desbordes emocionales te pueden hacer grandes zancadillas.  En el inicio, llenándote de miedos, dudas, planes B.  Cuando comienzan a darse los primeros resultados, minimizándolos, despreciándolos, proponiéndote otras metas que te desvían el entusiasmo.  Cuando las cosas se ponen difíciles, atemorizándote, abandonando, desvalorizándote.  Cuando las conseguiste, sacándoles energía, desestimándolas.  Es necesario aprender a disminuir la emocionalidad, dejando de darle la importancia que le adjudicamos.  El famoso “Yo siento…” parece ser el pasaporte a la identidad personal y está muy lejos de serlo. 

¿Qué es la emoción?  Es la mediadora entre el cuerpo y la mente.  Cuando piensas “Juan es agresivo” porque lo observas interactuando con otro, no te produce nada.  Es solo un pensamiento.  Cuando Juan te agrede a ti, sientes enojo… te pasa por el cuerpo, es una emoción.  En realidad, es un mensaje.  Te comunica cómo algo te afecta y te mueve a expresarlo de alguna forma.  Si sientes ira, a gritar o descargarte; si es tristeza, a llorar; si es alegría, a reír.  Por definición, es pasajera, pero nos apegamos, nos identificamos y la hacemos eterna.

Las emociones tienen un propósito definido y debemos respetar y contener ese propósito.  Darnos manija con lo que “Juan nos hizo” retiene y magnifica la emoción, sin aportar nada.  Respirar y liberar la emoción nos da el espacio necesario para decidir qué hacemos frente a la agresión de Juan.  Luego, podremos preguntarnos qué espejo nos está mostrando que no queremos ver.

Confundimos emoción con sentimiento.  Las emociones tienen una clara manifestación en el cuerpo, son reacciones a cosas que no entiendes o no aceptas, estallidos internos de energía que buscan liberación.  Siempre hay algo muy intenso y dramático en ellas, son gatillos que disparan respuestas a situaciones externas.  La emoción desbordada te saca de ti mismo, te arrastra a la órbita de los otros, te aparta de tu meta, te limita, te pierde. 

Los sentimientos son más tranquilos y no tienen una localización física, es como si “aparecieran” de la nada: una atmósfera, un estado de ánimo, un presentimiento, una acción intuitiva súbita que más tarde parece haber sido muy acertada, una sabiduría profunda conectada con el corazón, un susurro del alma.  La alegría puede transformarse en sentimiento cuando surge desde lo interno como la conexión íntima con todo lo que es, con la divinidad, cuando te enaltece.


Las emociones son muy valiosas como un medio para llegar a conocerte más íntimamente.  Son instantáneas, superficiales, pasajeras.  Los sentimientos te llevan hacia lo profundo, expresan un entendimiento elevado, que trasciende la mente. Los dos te movilizan, son la energía que necesitas para el cambio y para la vida.

Respira y céntrate.  No te identifiques ociosamente con lo más trivial de ti. Ahonda y encuentra las grandes corrientes de paz, poder, amor y creatividad que nacen de tu corazón.

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