lunes, 26 de agosto de 2013

¿Reconoces tu maravillosa existencia?

Hace poco, vi un video en que se mostraba la Secuencia de Fibonacci.  ¿Qué es esta proporción áurica, como también se la conoce?  Es la sucesión infinita de números naturales: 0,1,1,2,3,5,8,13,21,34,55,89,144, etc.  Comienza con los números 0 y 1 y, a partir de estos, cada término es la suma de los dos anteriores.  Tiene múltiples aplicaciones en ciencias de la computación, matemáticas y teoría de juegos.  También aparece en configuraciones biológicas, como por ejemplo en las ramas de los árboles, en las caracolas, en la figura humana, etc.


¿A qué viene esto?  Me conmueve la belleza, la variedad, lo inconmensurable de la Creación.  Detrás de una fórmula matemática, aparece una expresión estética de extraordinario esplendor.  ¿Cuánto damos por sentado, ignorando la magnificencia que encierra?

Todos los días, vivimos de memoria.  Una memoria repetitiva, mecánica, yerma.  Ya conocemos ese cuarto, esa persona, ese trabajo, ese cuerpo, ese cielo, este yo.  No hay asombro ni sentido ni evolución.  ¿Para qué ocuparnos si ya sabemos cómo son las cosas? 

En esta aplastante superficialidad, una parte nuestra reclama una observación más profunda.  Porque justamente se trata de ver en lugar de mirar.  De reconocer y valorar esta existencia, en donde se unen lo humano y lo divino y en la cual podemos despertar a esa comprobación, una y mil veces.   Como escribió Henry Miller: “Sé lo que significa ser humano, la debilidad y la fuerza que encierra.  Sufro de saberlo y me regocijo, también.  Si tuviera la oportunidad de convertirme en Dios, no la aceptaría.  Si tuviera la oportunidad de convertirme en una estrella, la rechazaría.  La ocasión más maravillosa que nos ofrece la vida es ser humano.  Abarca en un abrazo a todo el universo.  Incluye el conocimiento de la muerte, de la que ni siquiera Dios goza. 

Yo estaba muerto y enterrado en un vacío.  Sin embargo, resucité, no una vez sino innumerables veces.  Aún más, cada vez que desaparecía, me hundía más profundamente que nunca en el vacío, de manera que con cada resurrección el milagro era mayor.  ¡Y jamás un estigma!  El hombre que renace es siempre el mismo hombre, más y más el mismo con cada renacer. 

El hombre que Dios ama es la cebolla con millones de capas.  Desprenderse de la primera piel es doloroso en extremo; de la segunda es menos doloroso y de la tercera menos aún, hasta que finalmente el dolor se convierte en placer, más y más placentero, un encantamiento, un éxtasis.  Y luego no hay placer ni sufrimiento, sólo las tinieblas retrocediendo delante de la luz.  Y, a medida que la oscuridad desaparece, la herida sale de su lugar secreto: la herida que es hombre, el amor del hombre, está bañado de luz.”

Te invito a comenzar a reconocer tu maravillosa existencia y la de lo que te rodea con el video que me inspiró (míralo en pantalla completa):

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