martes, 30 de agosto de 2016

Acumular sin incorporar ni accionar

La semana pasada, leí dos artículos diametralmente opuestos que me hicieron reflexionar.  El primero fue acerca de hacer espacio, tirando todo lo que no se usa o ya cumplió su ciclo o no sirve, con la idea de que, haciendo vacío, vendrá lo nuevo.  El otro era de un hombre en sus cincuenta, que veía azorado como la gente tiraba o remplazaba las cosas constantemente, mientras él había sido criado en el guardar, reciclar, cuidar, en la durabilidad.

Por mi edad, comprendo y acuerdo con el último: cambio los aparatos cuando ya son inútiles o no concuerdan con la tecnología usual, guardo cosas “por si” las necesitaré en el futuro, me encariño con ropa que me resulta cómoda, me molesta el derroche y el desperdicio.  Por otro lado, tengo períodos en los que regalo la mitad de las cosas porque no las uso o quiero espacio.  Las dos tendencias viven en mí, como en la mayoría supongo.

Lo que me hizo pensar fue el tema de estar constantemente tirando para que vengan cosas nuevas porque me pareció más bien una expresión “espiritualizada” del consumismo que vivimos actualmente.  Desde el comienzo de la era industrial, en la que acabó lo artesanal, todo se ha vuelto prescindible y usable solo por un corto período, ya que es necesario continuar con la interminable cadena de producción.  En el primer mundo, en Estados Unidos y Europa, es común renovar cada año el guardarropa y comprar el último auto y aparato tecnológico disponible (sin contar con los acumuladores, que no se despegan de nada).

¿Es una actitud solamente en lo material?  Parece que no, ya que  las personas también nos hemos vuelto prescindibles y usables por un rato, desde los empleados que se “queman” en exigentes jornadas de programadas actividades implacables (ahora más mentales que físicas, pero igualmente estresantes para el cuerpo) hasta relaciones que se terminan pronto porque no “me da lo que necesito” ni se llega a profundizar para encontrar el oro detrás del brillo evanescente.



Esta es una sociedad profundamente egoica, Dios ha muerto hace tiempo y el Hacer reina, ya no le importa Ser a nadie.  Esto no es gratuito, por supuesto.  La depresión, la angustia, el pánico, la inseguridad, la falta de sentido, la desconexión (a pesar de estar “conectados” continuamente) son el resultado de ser un cliente, un usuario, un eslabón de la cadena, un número más.  Ansiamos ser alguien que cuenta, especiales, importantes y nos han vendido que eso se logra comprando determinados productos y/o siendo famosos por cinco minutos, no importa cómo (comenzando con los Likes y Retweets).  Me asusta verlo en muchos  jóvenes, que corren detrás de ilusiones, queriendo conseguirlo “todo” antes de los 30 (¿qué harán después?).

Aclaro que no creo que todo tiempo pasado fue mejor.  Vivo en el presente y aprecio lo que hemos logrado como humanos, no cambiaría esta época por nada.  Pocas veces ha habido tantas posibilidades, tanta conciencia, tanta transformación y me encanta.  Pero, ante tanto cambio acelerado y manipulado, es necesario parar un poco, reflexionar y elegir.  Así como compramos cosas por impulso o por publicidad, compramos ideas y no siempre nos sirven ni nos ayudan. 

Hay un mercado espiritual enorme y tenemos la misma conducta que con lo material: cuanto más tenemos, parece que más somos.  Para colmo, casi todo es mental o “espiritual” sin cuerpo, por lo que terminamos creando castillos en el aire sin sustentos reales.  Pasamos de un libro a un taller a un curso a un terapeuta a otro libro a otro taller…  La acumulación no siempre significa comprensión ni menos concreción: muchas veces es teoría que no pasa a la acción.  Y eso significa una carga más, porque sabemos mucho pero seguimos en lo de siempre, así que la frustración es mayor. 


No tengo una conclusión.  Es material en proceso.  Como la vida…  Como yo…  Me pareció interesante compartir algunos conceptos para plantearnos cómo estamos viviendo y qué podemos construir juntos, desde un espacio más libre, auténtico y enraizado en la integración de todo lo que somos.  Queremos “hacer” algo para dejar de sentir y ser perfectos como quiere el Ego.  Cuesta aceptarnos en la vulnerabilidad, en la ignorancia, en la duda, en lo inconcluso, en el misterio, en la inseguridad, en la oscuridad, pero eso es ser humanos divinos.   Confiar en ese Ser sagrado que también somos y que puede guiarnos por caminos sinuosos también cuesta, pero es la vía luminosa.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Emoción infantil/mente condicionada: ¿quién eres tú?

“¿Cambian mis emociones si cambio mi mente?” me pregunta una consultante.  Sí y no.  Nuestras emociones son producto de nuestro temperamento, de nuestra infancia, de nuestras ideas, de nuestra evolución.

Ya traemos un combo de emociones que corresponden a nuestra impronta, en el cual algunas son más “fáciles” y surgen primero (enojo, tristeza, alegría fingida, etc.).  Por ejemplo, cuando algo los moviliza, algunos responden inmediatamente con ira y esta ira oculta el dolor que no pueden percibir o mostrar.  Hay personas más emocionales que otras y hay quienes pueden manejarlo más conscientemente que otros.

Por otro lado, la emocionalidad es infantil en el sentido de que repetimos aquello que pudimos administrar o no cuando fuimos niños.  La mayoría de lo que somos se cristalizó en los primeros siete años de vida, así que la manera en que procesamos la emoción se formó en ese tiempo.  Si tuvimos contención y ejemplo, habremos gestionado con mayor facilidad lo que sentíamos pero, si nuestros padres daban rienda suelta a cualquier impulso o si se reprimían, habremos visto dificultado el acceso a su percepción y resolución.  De esta forma, si no elaboramos esta dificultad y no aprendemos recursos sensibles, seguiremos reproduciendo exactamente la misma forma de reaccionar a cualquier situación que nos plantee algo parecido a lo que vivimos: “le tengo miedo al jefe cuando no le gusta mi trabajo” es la expresión inconsciente de “le tengo miedo a mi papá cuando me saco una mala nota en la escuela”. 


Nuestra mente es lo más condicionado que tenemos.  Mientras el cuerpo está vinculado a distintas instancias (el instinto, la intuición, la conexión sagrada, las emociones auténticas), la mente está totalmente colonizada por nuestros padres, la familia, la escuela, la sociedad, la publicidad, la religión, etc.  Se necesita un largo proceso de conciencia para liberar ideas enquistadas y comenzar a crear un pensamiento propio y genuino.  Por eso, nuestras emociones (que generalmente están atadas a esas ideas preconcebidas) pueden cambiar si giramos el timón hacia otro rumbo.  Si siempre sostuvimos una cierta exigencia acerca de nosotros y no la alcanzamos, sentiremos frustración y enojo pero, si nos damos cuenta de que eso era un deseo de nuestra madre que no nos representa ahora y optamos por otro modelo más legítimo, entonces sentiremos paz y alegría.

La evolución no es seguir un molde vendido por la sociedad o por ciertos grupos (por más bienintencionados que sean).  Cuando nos forzamos a ser de una determinada forma, escondiendo o rechazando partes de nosotros, inevitablemente presenciaremos el estallido emocional de esa presión constante (a veces como enfermedad, otras como “accidente”, otras como crisis existencial).  A medida que vamos trabajando en la aceptación y la integración de nosotros mismos, vamos refinando nuestra energía emocional, la cual tiene un poder y un potencial enormes. 

Como humanidad, recién estamos tratando de comprender y manejar esta fuerza. Cuando la mente aprenda a dejarse llevar (en lugar de controlar, como ahora), la conciencia emocional será la conciencia del Espíritu y viviremos guiados y conectados a Él.


Según el Diseño Humano, la mitad de los seres (los Emocionales Definidos) están condicionados por la Ola emocional (que no perciben ni entienden su funcionamiento) y la otra mitad (los Sin Definir) está influenciada por ellos y no están preparados para manejarlo.  En principio, está en manos de los Emocionales trabajar en refinar su energía y aportar mejores niveles de bienestar, serenidad, desapego, alegría y amor.  Es fácil decirlo y difícil hacerlo, pero con paciencia es posible hallar esa fuente de vitalidad tan rica y variada. Cuanto más conozcamos nuestra particular forma de ser y actuar, más condicionamientos  podremos liberar y más paz y plenitud encontraremos interior y exteriormente.

martes, 2 de agosto de 2016

Elige la felicidad

“Chiste”  dicho por una mujer que hace stand up: “yo siempre he tenido relaciones muy sufridas, llenas de problemas y contratiempos, celos, baja autoestima, de todo lo que se les ocurra.  Hasta que un día, de repente, apareció un tipo con el que las cosas funcionaban, nos divertíamos, la vida era fantástica.  Pero, resulta que me sentía perdida, no estaba acostumbrada.  No sé qué hacer cuando todo es felicidad.  Él sí sabía… me dejó…”.

La verdad es que estamos tan habituados a vivir mal que no sabemos vivir bien.  Es un aprendizaje.   La conciencia es la gran ayuda.  En lugar de vivir dormidos y reactivos, quejándonos y resignándonos, podemos poner luz en cada acto, en cada encuentro, en cada emoción, para evaluar los mandatos y traumas que arrastramos, a fin de sanarlos y reemplazarlos por ideas y actitudes que nos den plenitud y armonía, que liberen el potencial que traemos, que movilicen nuevos caminos, que nos relacionen amorosamente.

Desde hace cientos de años, ha habido una sobrevaloración del sufrimiento (cuanto más sufridos, más valiosos los logros), la lucha y el esfuerzo.  En los tiempos recientes, esta trascendencia ha tenido su contrapeso en un facilismo pueril y consumista, de disfrutar hoy sin importar el mañana.  Faltos de una guía interna espiritual, todo se diluye en la materialización urgente que brinde algún placer o sentido.

Tanto en una como en otra visión, lo más común es sentir culpa: por no ser lo que  deberíamos ser, por habernos equivocado, por no cumplir con las implacables expectativas, por sentirnos vacíos a pesar de tener todo, por lo que sea.  Esta “costumbre” judeo-cristiana nos ha sido transmitida en los genes y reclama su tributo: la culpa exige castigo.  Si te parece que te has salvado de su larga mano… mira mejor: muchas de tus imposibilidades nacen de eso.



Esta sociedad no nos enseña a ser felices, responsables, creativos, alegres, abundantes, en la forma que cada uno quiere y puede. Está llena de modelos rígidos, homogeneizados e idealizados y margina al que no llega o es distinto.  En lugar de propiciar la libertad para que cada uno busque sus propias experiencias de acuerdo a su diseño y aprenda de los inevitables errores en el camino, lo juzga y lo sanciona.  No nos tomamos el tiempo de revisar lo que sirve y lo que no; de adecuarnos al presente; de fundar una nueva interpretación de acuerdo a lo que somos ahora; de diseñar cómo deseamos vivir, relacionarnos, trabajar, amar. 


Este es el tiempo.  Deja de correr, encandilado por objetivos externos.  Respira, cálmate un momento, mira adentro, pide asistencia a tu Ser.  Cambia tus prioridades y valores; aprecia la alegría y la simplicidad; pon el aprendizaje constante como un camino valioso; ábrete al amor y la abundancia; fíate en que el Universo es amable y te sostiene; confía en que ya eres y tienes lo que necesitas para lograr tus metas del corazón; conéctate como el ser espiritual y luminoso que eres a Todo Lo Que Es. ¡Qué enorme diferencia con el Ego y sus limitaciones y faltas!  ¿Cambias tu mundo para cambiar el mundo?  Aquí estoy para acompañarte.