jueves, 13 de octubre de 2016

¿Por qué desprecias tus cualidades y anhelas lo que eres ni tienes?

Cuando era joven, en una sesión con la psicóloga, mientras me estaba quejando de mis pocas ventajas y de mis muchos defectos, ella me interrumpe y me dice que yo no estaba viendo la realidad porque poseía cantidad de cosas buenas.  “Dime una”, la reté.  “No caes bajo presión; por el contrario, en los peores momentos sacas la solución perfecta”.  “¡Ah, eso es una tontería!”, le retruqué.  “En lo más mínimo.  Para muchas personas es imposible, siendo vitalmente necesario a veces.  Lo que sucede es que tú no valoras lo que te es fácil o te ha costado poco asimilar (lo cual pasa seguido porque eres muy rápida para aprender, otra virtud que tienes).  Te disminuyes al no apreciar tus cualidades y solo te concentras en lo que no tienes o no puedes (por ahora).” 

A mi turno, siendo terapeuta y coach, se repite la situación con mis consultantes: cuando luego de las largas recriminaciones acerca de sus fallas, les pido que digan algo agradable de ellos, se quedan en silencio, un largo e incómodo silencio, roto por algún: “soy bueno” (un paraguas socialmente aceptado que parece contener alguna clase de beneficio).

En su opuesto, un paciente de unos 65 años, que tenía una terrible opinión de sí mismo, se soltó un día con esta declaración lapidaria: “uno no debe trabajar ni vivir con lo que le es fácil; se tiene que forzar a aprender lo que no le gusta ni le resulta natural porque eso tiene mérito; lo otro no sirve”.  Sorprendida, le cuestiono: “con tu criterio, Diego Maradona no se tendría que haber dedicado al fútbol porque era excelente en eso; debería haber sido… neurocirujano; con lo cual, nos hubiéramos perdido de un genial jugador y quizás hubiéramos tenido un mal cirujano más”.  Ahí comprendí la razón de que se criticara y exigiera sin parar.


 No importa cuál sea la generación, parece que estamos criados en repudiarnos y pretender continuamente lo que no somos ni tenemos, corriendo tras un esquivo Santa Grial, para terminar bebiendo de la frustración y el maltrato.  Nos resulta normal luchar contra nosotros mismos, persiguiendo una idealización absurda que compramos de la familia, la sociedad y/o una idea que pergeñamos en la adolescencia, cuando estábamos conociéndonos y definiéndonos, y que supusimos que nos traería reconocimiento y amor.

Esta “definición” de nuestra identidad fue generalmente un recorte amorfo y apurado, producto del cierre abrupto de las dudas y ansiedades que implica el crecimiento.  La adolescencia y la juventud son los períodos más estresantes de la vida y la mayoría opta por tomar algunos aspectos, esconder y negar los más negativos o desafiantes y conformarse con una pobre imagen amputada a la que denomina Yo, clausurando así la verdadera riqueza y profundidad que representan el autoconocimiento, la evolución y la plenitud.

Cuando comencé a estudiar Diseño Humano, me resultó revelador cómo funciona este mecanismo: los Centros Definidos en nuestro diseño son fijos y por lo tanto confiables, están siempre disponibles, activos y funcionando: son lo que verdaderamente somos.  Sin embargo, nos identificamos con los Centros Sin Definir, que están abiertos al condicionamiento de los demás y son nuestros aprendizajes.  Ellos constituyen el No-Ser, lo cual solo nos pueden traer dolor.  Una verdadera paradoja, colmada de ironía y sufrimiento.

Un ejemplo: supongamos que una persona tiene los Centros Ajna y Cabeza Sin Definir, por lo que tiene una enorme presión por saber, comprender y hallar sentido.  Se dedica incansablemente a estudiar, leer, ir a talleres, llenarse de información, hasta constituirse casi en un intelectual, lo que considera su gran realización y orgullo.  Lo que no sabe es que está condicionado constantemente por los pensamientos de los que están en su cercanía y por la idea de que encontrará las grandes respuestas en la mente (la cual no está preparada para ello).  ¿Y cuál es la paradoja?  Que probablemente tenga el Centro del Plexo Solar Definido y su vida (y su Autoridad Interna) dependan de sus emociones.  Así, desprecia lo que es fundamental para concentrarse en lo que no puede darle confianza, fluidez ni soluciones.

¿Cómo podemos ser felices si no nos conocemos, si no nos aceptamos, si no nos apreciamos y amamos?  Este es el estado de las cosas: lucha, vacío, desdicha, consumismo.  En la sencillez de ser uno mismo está la clave, porque así cada uno deja de pelear/se y vive en paz, aportando sus cualidades al Todo y disfrutando la riqueza compartida.  Nos falta mucho para ello, pero… ¿no es hora de comenzar?  Comienza por ti mismo, aquí y ahora.

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